Tras la sístole

viaje y escritura insular

Ilustración para Tras la sístole

Habrá que empezar por algún sitio. Pero eso no quiere decir que podamos empezar por el principio. Aquel lugar desde el que empezamos es el origen, y está aquí, no detrás. Su resultado no es el inicio, sino la inauguración, y por ello su marca no es la de lo inicial, sino lo inaugural. No separa lo de antes y lo de después, sino que une esos dos trozos en lo originario, en la apertura que nos hace sernos insustituibles.

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Desde lo partido

I. Todo viaje tiene origen siempre en los umbrales del hogar, junto a la orilla, allí donde el sentido dado a la memoria en la quietud se vuelve insostenible, allí donde la lenta y circular respiración del cuerpo encuentra un hueco para abrirse en punto de partida.

II. Pero partir no sólo significa abandonar un lugar, sino también, de manera habitual, dividir algo, romperlo en varios trozos. Si nos fuera dado transitivizar el verbo en la primera de las acepciones como es posible hacer con la segunda, si pudiéramos decir que “nos partimos rumbo a lo desconocido” saldría claramente a la luz la intensa relación que establece el viajero con aquello que deja roto atrás.

y III. Contra las apariencias, el viaje nunca supone la negación del hogar, vacío y entregado irremediablemente el navegante a la atracción sirénica impuesta por el punto de destino. Casi al contrario, el impulso original se sostiene siempre en las reverberaciones con que la memoria que quedó partida allá se prolonga en los tañidos del cuerpo que atraviesa la densidad del tránsito.

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Quizás los piratas invadían preferentemente islas no tanto por la indefensión histórica de estas respecto a la metrópoli, sino porque en ellas el hogar es una tentación que se abre en todas las orillas. En el caso de nuestras Islas, los ataques piráticos impulsaron, apenas un siglo después de la introducción violenta de Canarias en la modernidad europea, la construcción del hogar por miedo a ser suplantados. Así, ante la amenaza de los viajeros extranjeros, entramos en el hogar antes que en la patria.

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Dentro de la perspectiva

I. Como el camino que se adentra en el bosque, el avión abre un surco en su movimiento que no es sólo continua mirada mudándose, sino al mismo tiempo entrada en el espacio. La transparencia del cielo atravesado, pese a las apariencias, no puede negar la intensidad que caracteriza dicha penetración. Viajar no es moverse en el vacío de un lado a otro, sino hacer experiencia propia el espacio que abre y ocupa la mirada durante el ejercicio de un salto. Atar dos lugares desde dentro, desatando las bridas del cuerpo y el pensamiento que desparramados quedan.

II. Tener perspectiva no ha sido nunca mirar algo desde fuera, sino entrar dentro de eso mismo por efecto de las fuerzas que desata el movimiento en la mirada. ¿Acaso se puede tener algo plenamente desde fuera?

III. El viaje no completa el conocimiento de la isla al modo de un saber objetivo que llena nuestra conciencia con la parte de la realidad que se nos ocultaba; de la misma manera, la perspectiva de la isla vista desde fuera, mapa o silueta desde el mar, no es un trozo de la isla pendiente de ver para poder dominar su territorio instrumentalmente. El viaje abre la isla en sí, de la misma manera que su visión desde lejos es materia insular que atravesamos.

y IV. Entre el ojo y la tinta el aire en medio reclama una danza. Cada giro será –cada palabra que emerge- un seno que acoge y, al mismo tiempo, la revelación de la inminencia del paso que sigue. Igual que ningún parto desaparece su vientre, ningún movimiento sucede fuera del aire que atraviesa. La tinta y el ojo enhebrados si una distancia los danza y junta.

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Regreso y nostalgia

I. En la nostalgia estamos en la ausencia de aquello que se conoce y ama, en vela a la espera de partir a su reencuentro. Desde la perspectiva del espacio, corresponde al nostálgico un no saber exactamente dónde está, de acá o de allá, y un suave pero persistente anhelo por esclarecerlo: un mantenerse sostenido en una vibración.

II. La nostalgia no es lo propio del hogar, pero tampoco del viaje; la nostalgia se abre allí donde reminiscencias de uno reverberan en el otro.

III. Por su intercesión, ningún retorno será para el viajero la certificación de un cierre, una clausura, un cuenco completo. Gracias a ella, traerá dentro del cuerpo el hueco hecho por los moldes que abrió la estancia: distancia incorporada.

y IV. Queda vibrando, ensemillado el salto dentro del cuerpo, la nostalgia en los cimientos del hogar. Circuito lento de lava bajo los cóncavos basamentos insulares. Para después, quizás.

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Volver es qué resucitar

I. No es necesaria una lectura pormenorizada de los Evangelios para rastrear en sus textos la existencia de dos clases de resurrección para la tradición escatológica cristiana. La resurrección allá de Cristo como vida que ha partido definitivamente y que en su ausencia se nos muestra y da ejemplo; y la resurrección aquí de Lázaro como cuerpo que se levanta y regresa junto a nosotros tras su tránsito por el ámbito oculto de la muerte.

II. El retorno del viaje será resurrección si al volver de allá, del otro lado de un horizonte que fue alguna vez infranqueable, el cuerpo se abre aquí a la posibilidad de ser memoria redimida ante un nuevo comenzar.

y III. Pero conviene recordar que a Lázaro le fue impuesto el regreso, y que esa instrucción llevaba aparejada la obligación de minimizar al máximo la quietud y disponerse en seguida a emprender la marcha. Tras un breve instante, marcado por el aturdimiento quizás, hogareño ojalá junto a sus hermanas, la palabra de quien le donó la resurrección contra la ley implacable de la naturaleza le conmina a no quedarse quieto y desenlazar el cuerpo; Lázaro, en su mortalidad recobrada, expuesto nuevamente a andar contra sus límites.

Ala y sal

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Abordajes seguido de Ritmo

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